

Bienvenidos a mi...

Déjame mostrarte un poco.
Pero bueno, ¿y qué escribe este chico?
¡Ya tardabas en preguntártelo! Principalmente, escribo ficción en forma de cuentos cortos o novelas. También hago poesía en verso libre. En esta sección encontrarás una pequeña muestra de algunos de los poemas que puedes conseguir en mi lanzamiento más reciente «Se despidió en invierno».
Veintisiete
Veintisiete
Veintisiete son los siglos
que guardará mi memoria
antes de empezar a cuestionarse
si ya es hora de dejarte ir.
Veintisiete lágrimas suelta el equilibrio
cuando recuerda que ahora es frágil
y que le quitaron toda la confianza
en las veintisiete heridas que el capricho dejó.
También son veintisiete las mentiras del alivio.
Los consuelos inciertos que ofrece aceptar.
Y las sensaciones que sin aviso despiertan
en rincones que nunca habían recibido luz.
Las puertas que se abren frente a lo inexplicable
en un abanico de realidades que ya no cierra igual.
Las veces que elijo callar antes de decirme
lo poco que importarán mis dudas a este mundo.
Veintisiete días que le sobran a febrero.
Veintisiete letras que reordeno al escribirte.
Buscando en ello la manera exacta
para dejarte saber que aún sigues vivo.
Veintisiete libros sobre antiguas promesas
y las profecías de gloriosos retornos.
Veintisiete el número maldito
que apaga estrellas en plena ascensión.
Majestuosas en torno a Urano,
bailan veintisiete lunas de hielo.
Y veintisiete razones me sobran
para buscarte en cada noche azul.
Veintisiete pétalos caen sobre el lago,
uno por cada abrazo que se nos murió.
Y veintisiete pececillos de colores
son mis emociones nadando alrededor.
Veintisiete han sido las ocasiones
en que me he dormido mientras pienso
que una parte de mi vida llegó contigo
y tú te me fuiste un veintisiete de enero.
El campo, la familia y Puerto Rico
El campo, la familia y Puerto Rico
Fue la tarde, estoy seguro,
en que entró a mis pupilas la luz del mundo
por primera vez
cuando le juré fidelidad de escudero,
de siervo, de esposo, y de hijo
al campo que me vio nacer,
a la familia,
y a Puerto Rico.
Yo llevo muy dentro la tierra.
Y fuera, en la piel que la lluvia deshace.
Y en estas palmas que la complacen
cuando se maltratan al tantán de la plena.
Esta nariz, ¡qué ancha!
Me la pasaron por herencia.
Una marca como estrella
que tira siempre pa' casa.
La perla magna, dulce doncella,
a mí me cedió su impávido brío.
Como los indios al bohío,
la sentí mi Fortaleza.
Tres cosas que son la misma.
Un sentido de compromiso.
El manantial resentido
que en la infancia bautiza.
Soy esa diminuta islilla,
cautiva en el vaivén de los mares,
que aun con sus pesares,
teje entre las olas sus melodías.
El baile de sus palmeras.
El misterio frío de sus valles.
Los adoquines de sus calles.
Soy el peso de sus cadenas.
El cañaveral, los cafetales.
Sus picachos y montañas.
Sus parroquias y sus plazas.
Por mí desfilan sus carnavales.
Soy la brisa tropical.
Matas de plátano que arrullan.
Un coquí a luz de luna.
Soy septiembre y su humedad.
La alegría de su gente
me inunda, sale de su cauce
con la fuerza del Río Grande
en Loíza cuando crece.
La desfachatez métrica del poema.
Esa rima dulzona, un tanto mediocre.
La torcida línea del horizonte
en el cuadro de mi jíbara torpeza.
Será en la tarde de un invierno crudo
cuando entre a mis pupilas la luz del mundo
por última vez.
Y, sin un quiebro en la voz, diré:
soy Puerto Rico,
soy la familia
y soy el campo que me vio nacer.
La crisálida
La crisálida
La tristeza es una mariposa
que, aun frágil, revolotea
y se me posa en los dedos
cuando estoy pensando en ti.
Es la sombra de una nube
que me sigue en días soleados
y así, cuando te busque,
vea gris y solo gris.
Una especie de compasión,
particular, aunque no rara,
que habita de vez en cuando
entre los claveles del infortunio.
Es la boca abierta
de tu morriña carnívora
esperando que caiga presa
mi versión para olvidar.
Descorazonamiento.
Marca a la gente triste el descorazonamiento voluntario
de su propio percibir trastornado.
Y, dentro, la crisálida
solo puede bascular,
pendiendo de un hilo
para desprenderse
y caer, y caer, y caer…
Inicia,
en ese tambalear,
la purificación
y el único resplandor
que iluminará sus venas.
La singular oportunidad de llenarse de aire
y continuar.
Hasta que vuelvan a mirarse.
Y sus ojos se recuerden.
Y yo vuelva a buscarte
y te vuelva a pensar.
Y, acorralándome, el descarado tormento
me obligue a admitir:
También me habito a mí como esa mariposa
que nunca quiso volar.
Elipses alrededor del sol
Elipses alrededor del sol
Implosiono
en el centro atérmico del todo.
Desde lo sideral del espacio,
se ven los pedazos
esparcirse por el planeta
cuyo nombre ya no sabré.
Como cuento de horror,
los ojos refulgentes de otro asteroide,
fijos en la desintegración de mi sustancia,
queman la huella de quien fui
con el reflejo del brillo de hace un millón de años.
Elipses alrededor del sol.
Torcemos la vasta existencia
a circundar un foco.
Eterna y alterada astrodinámica
y las flores negras que crecen en Saturno.
Ahora floto.
Mi alma se acontece antigravitacional.
Es el espín de todo el silencio
que nace en la cordillera oscura
de este cosmos espantoso
y fluye como río
plagadito de estrellas errantes.
Cada una de mis vidas
y cada persona que quise
sometidas todas a la supersimetría de esta galaxia loca,
donde el perfecto orden de las cosas
es también el caos de mi desesperación.
Y son elipses alrededor del sol.
Los siglos que lloré.
Un lago de destellos violetas.
Y en él se recrea una tímida pureza.
Es la fuerza de mi tristeza.
Es la energía del nuevo amanecer.
Abrir los ojos desde lo profundo.
Hundirme y ascender a la vez.
Tocar la superficie con la punta de los dedos
y rasgar el vacío interestelar
que hay de fondo.
Es un misterio indecoroso
poder ver mi propia ausencia desde aquí,
descompuesta por los hongos de la maldad
y revitalizando lo paralelo.
De pie, frente al ciclón, mi trascendencia.
De rodillas, cabizbajas, las agonías que escribí.
Todas vendadas, todas temblorosas.
Se acerca el temporal que les empujó a vivir.
No conoce de perdón.
Pronto, elipses alrededor del sol.
En remolinos desde mí,
se distorsionan dimensiones
y desaparecen planetoides
en el espiral de una canción.
Viaja por los confines
la disonancia de mi voz
y se quiebra en la incertidumbre
con las fisuras de un rayo,
atravesando el cielo perpetuamente nocturno.
Y de repente, el peso de una mano.
Y, por el universo, ultrasonidos de terror.
En cada nervio, la explosión inicial.
En cada átomo, solo división.
La tenebrosa verdad del tiempo.
El secreto íntimo del dolor.
Una génesis siniestra
que nos dio a luz.
Insignificancia, torpeza.
Lo invisible al corazón.
Darse cuenta de lo oculto
y vomitar el llanto
de los mundos exteriores.
De cristal, nuestra risa.
Nuestras casas, de cartón.
Y el valor de cada uno
en la carga de un electrolito.
El amanecer de mañana.
Lo sórdido de esperar.
El tallo de la hoja
en una dalia que no floreció.
No son nuestras vidas
más que cuentos en una galería.
Una hierba nueva
en el jardín de Dios.
Somos solo
elipses alrededor del sol.
Hidrólisis
Hidrólisis
Dentro, el agua rompe.
Las costillas son un espigón de roca
que resiste su furia y calma
sin saber cuál duele más.
Predecirte es cuestión de saber mirar.
Vienes siempre que ya estoy mejor.
Y vivo contigo desde hace tanto
que ya he aprendido: son cortas tus ausencias,
prontos tus retornos
y demasiado largas tus vigilias.
Evitarte precisa de mantenerse a flote.
Nuestra historia se cuenta desde la desgana
y nos volvemos el límite.
La quieta superficie.
El mecimiento transparente
del lecho que nos siente morir.
Somos corrientes.
Dos cuerpos de agua.
Masas de vida
que perdieron la cabeza.
Me inundas,
me ahogo.
Te juro que no quise ser tan feliz.
Discúlpame.
Tus lágrimas de ángel limpian la orilla.
Este corazón hundido se hizo de súplicas.
Si pudieras tan solo quitar tu peso del mío,
avanzaríamos los dos hacia dónde merecemos.
Y ya deja de mirarme así.
Tampoco me creo una palabra.
Levantarse de esta cama
fue solo promesa de ayer.
Suspira complacida.
No pondré resistencia.
Renuncio al cansancio
de llegar a ninguna parte.
Dentro, el agua rompe.
Y el desaliento es un recipiente
donde cada día llueve
y a veces se derrama.
El campo, la familia y Puerto Rico
Te cumplí
Triste navidad
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